Depresión atlética

Depresión atlética

Escrito por: Damian    22 febrero 2008     4 minutos

Al principio de cada temporada se oyen los mismos comentarios, que si el At. Madrid ha fichado muy bien, que si el nuevo entrenador es el mejor que podía venir, que si es la alternativa a los dos grandes… A media temporada el discurso ya ha cambiado totalmente con una afición abatida y un club inmerso en una crisis galopante.

A partir del doblete del 96 con Jesús Gil en la presidencia el club ha ido en picado, cayendo hasta la segunda división en el 2000. Dos años tardaron en volver del infierno. Ya entre los grandes el objetivo era hacer un equipo que disputara los títulos y que volviera a ser un grande dentro del fútbol español. Con la irrupción de un jovencísimo Fernando Torres, convertido en piedra angular del proyecto colchonero, llegaron buenos jugadores y buenos entrenadores a la entidad rojiblanca. Jugadores como Antonio López, Ibagaza, Sergi, «Mono» Burgos, Lequi, Leo Franco, Pablo Ibáñez, Luccin, Perea, Petrov, Maxi Rodríguez, Kezman, Mista, Agüero… y entrenadores como Luís Aragonés, Ferrando, Gregorio Manzano, Bianchi, Javier Aguirre… Tanto unos como otros despuntaban en el momento de su contratación.

Todo era inútil. El equipo vagaba por el medio de la tabla y veía las competiciones europeas por la tele. Cada jugador y entrenador que llegaba era engullido por alguna fuerza misteriosa a orillas del Manzanares y pasaba a rendir la mitad de lo que lo hacía antes. Hasta Fernando Torres era discutido y parecía estancarse en una promesa sobrevalorada. Lo único salvable del At. Madrid en estas temporadas era el anuncio de su campaña de captación de socios.

Algo había que hacer y se hizo. Este verano se traspasó a Fernando Torres al Liverpool por más de 30 millones de euros. Un órdago en toda regla, el At. Madrid se lo jugaba el todo por el todo. Con el dinero ingresado comenzó a fichar jugadores de calidad contrastada. Llegaron refuerzos para todas las líneas: Abbiati para la portería; el defensa Eller se unió a los internacionales que ya estaban: Antonio López, Pernía, Pablo Ibáñez y Perea; para el centro del campo llegaron Maniche (que ya no está), Motta, Cléber Santana y Raúl García (una de las mayores promesas del fútbol español); para las bandas llegaron Luís García del Liverpool, el portugués Simao y Reyes que venía de ser campeón de liga con el R. Madrid; y para acompañar a Agüero, que con la marcha de Torres se convertía en la estrella del equipo, ficharon al goleador uruguayo Forlán del Villarreal.

Parecía que las cosas comenzaba a funcionar y los atléticos conseguían su clasificación para la Copa de la Uefa vía Intertoto. Al fin en Europa. Al comienzo de temporada los elogios no paran de llegar y todos repetían que ahora si, que la suerte estaba cambiando. Todo iba bien, hasta Fernando Torres deslumbraba en Liverpool. El cambio le vino bien tanto al Atlético como a Torres, se decía.

Algo cambió el 20 de enero de 2008. El eterno rival, Real Madrid, visitaba el Calderón. La afición y el equipo estaban ilusionadísimos con derrotar a los blancos y acabar con nueve años de sinsabores ante el eterno rival. No pudo ser. El Real Madrid venció por 0-2 y la depresión se instaló de nuevo en la casa rojiblanca. A partir de ese momento fueron eliminados de la Copa del Rey, sólo ganaron un partido en liga y, como remate, ayer cayeron en la Copa de la Uefa.

Qué le ocurre a este equipo para, temporada tras temporada, fracasar de forma estrepitosa. Quizás existe un nivel de exigencia en los medios y en la afición que los jugadores y el entrenador no consiguen sobrellevar de forma positiva. Se pasa de la euforia al pesimismo más extremo al mínimo revés. El negativismo se adueña del enterno del club y esto se traspasa a la plantilla y cuerpo técnico y cada vez el rendimiento es menor, convirtiéndose en una espiral que acaba devorando a sus integrantes.

Para mi, al Atlético le falta un líder de verdad en el campo, un líder que asuma la responsabilidad y que les inculque a sus compañeros que si pueden ser un grande. Todo se convierte en abatimiento y resignación. Los jugadores y el entrenador tienen miedo de asumir un papel de favoritos. No quieren quitarse la etiqueta «de equipo que puede aspirar a algo pero que casi seguro no lo va a conseguir porqué los otros son muy buenos» por miedo al fracaso, sin comprender que están en una entidad que por historia y afición tiene que asumir su rol de favorito y salir a por todas desde el principio, sin escudarse en la cantinela de siempre: los grandes son Real Madrid y Barcelona y no hay nada que hacer. En el fondo la plantilla y el entrenador no creen en sus posibilidades de hacerle frente a los dos gigantes y acaban por tirar otra temporada a la papelera.


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